La trágica desaparición del moa en Nueva Zelanda

Lo Inexplicable
Nueva Zelanda

Nueva Zelanda es un lugar realmente singular, ¿verdad? Espacio ideal para hobbits, con paisajes salvajes y espectaculares en su mayoría deshabitados por la presencia humana. Está dividida en dos islas principales: la Isla del Norte y la Isla del Sur. Además, ¿de dónde proviene la palabra «kiwi»? No del fruto, sino del pequeño ave no voladora que habita allí. Estos animales, adorables y con picos largos y delgados que parecen buscar insectos, son inofensivos para los humanos ya que huyen del peligro y no lo enfrentan. Además, son tan pequeños que no sirven como una comida sustanciosa.

Pero, ¿qué pasaría si un kiwi fuera más grande, más fuerte y se convirtiera en un objetivo principal para los cazadores humanos? Aquí entra en escena el moa, una especie extinta de ave no voladora. Para imaginarlo, piensa en sus parientes cercanos: la avestruz, el emú, el casuario, la nandú y otros aves similares. Además, está aquella ave que sufrió el mismo destino y cuyo nombre ahora es sinónimo de «tonto»: el dodo (que tal vez no esté extinto para siempre). Los moa eran un tipo de ave que habitó Nueva Zelanda antes de la llegada de los humanos. Se dedicaban a caminar, buscar alimento y poner huevos, en lugar de volar.

La llegada de los humanos marca un antes y un después en su historia. Se trata de los primeros colonos de Nueva Zelanda, los polinesios, que llegaron aproximadamente entre los años 1200 y 1300 d.C. En ese momento, ya existen evidencias arqueológicas de que estos colonizadores comenzaron a cazar y consumir las aves no voladoras de la región. Con menos de 1,500 habitantes, lograron eliminar esta especie para siempre. Cuando llegaron los navegantes europeos en 1642, los moa ya estaban completamente extinguidos.

La triste historia de la extinción del moa refleja, en muchos aspectos, la tendencia de la humanidad a ser destructiva con la naturaleza. Es fácil señalar que somos responsables de casi la desaparición del bisonte en América, entre otros ejemplos, pero a veces la situación es más compleja. Por ejemplo, la desaparición del león americano hace unos 10,000 años no se debió únicamente a la agresión humana, sino también a cambios ambientales. Sin embargo, en el caso del moa, la evidencia es clara: su tamaño enorme, que podía alcanzar los 3 metros de altura y pesar hasta 250 kg, los hacía animales peligrosos y dignos de temor. Su tío, el casuario, por ejemplo, ya es bastante agresivo.

Según la tradición maorí, que aún conservan los pueblos polinesios en Nueva Zelanda, el moa era rápido al correr y podía defenderse con patadas. Sus restos óseos se utilizaron para fabricar anzuelos, puntas de lanza, joyería y otros utensilios. La carne, por supuesto, también servía de alimento. Tras millones de años de evolución en aislamiento, vivían en paz, alejados de su único depredador natural: el águila de Haast, que también está extinta. Pero para finales del siglo XVII, el moa ya había desaparecido por completo.

Lo que hace aún más impactante la historia del moa es la cantidad de humanos necesarios para acabar con ellos. A modo de comparación, el bisonte en Norteamérica llegó a contar con cerca de 60 millones de ejemplares antes de 1800. Para 1872, solo quedaban unos 541, y en solo 20 años más, casi habían sido exterminados. Los cazadores usaban armas, caballos y comercializaban partes de los animales para obtener beneficios económicos.

En cuanto al moa, los estudios de 2019 estiman que antes de la llegada de los humanos en Nueva Zelanda había aproximadamente 2.5 millones de estos animales. Un estudio anterior de 2014, realizado por la Universidad de Otago, cifró en solo 1,500 los colonizadores polinesios que habitaban la isla en su máxima extensión de caza. La densidad de población era muy baja: aproximadamente un habitante por cada 38 millas cuadradas, sin armas de fuego ni caballos. La caza de moa se intensificó tras la erupción del volcán Monte Tarawera en 1314. Pero, en definitiva, menos de mil personas lograron acabar con una especie que había existido por millones de años, en un proceso brutal y devastador.

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