Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, Adolf Hitler elaboró planes específicos para Japón que, aunque no llegaron a su máximo potencial, evidencian la complejidad de las relaciones entre ambos países. Ambos compartían resentimientos hacia las potencias coloniales occidentales y preocupaciones respecto a la expansión soviética, lo que motivó una alianza basada en intereses comunes más que en una verdadera afinidad cultural o racial.
Hitler expresó en varias ocasiones su admiración hacia los japoneses y su cultura, a pesar de mantener una ideología racista que consideraba a los europeos superiores. La relación entre Japón y Alemania fue fluctuante a lo largo del tiempo; Japón impresionó a Alemania tras su victoria en la guerra ruso-japonesa, siendo vista por Hitler como un ejemplo de fortaleza y resiliencia.
El interés de Hitler en Japón creció tras la ascensión de este país a la derecha política en los años 30, favoreciendo alianzas y acuerdos territoriales. Japón, sin esperar órdenes explícitas de Alemania, tomó la iniciativa en la expansión en el Pacífico, conquistando colonias europeas en momentos en que las potencias occidentales caían ante la maquinaria bélica nazi.
Hitler aceptó en gran medida las demandas territoriales de Japón, consciente de que su interés principal era controlar Asia. La firma del Pacto Tripartito en 1940 consolidó la alianza, aunque no implicaba necesariamente una cooperación militar coordinada, ya que ambos países mantenían agendas distintas.
Hitler esperaba que Japón se uniera a la lucha contra la Unión Soviética, coincidiendo en su temor al comunismo. Sin embargo, justo antes de iniciar la Operation Barbarossa en 1941, Japón y Rusia firmaron un acuerdo de neutralidad por cinco años, lo que limitó los movimientos de Hitler y complicó el intento de extender el conflicto en el Este.
Aunque Japón no aceptó ni participó en el Holocausto, en el territorio controlado por Japón se implementaron algunas medidas discriminatorias hacia los judíos, considerándolos extranjeros y sometiéndolos a internamientos, aunque sin una persecución sistemática como en Europa. Japón también se negó a colaborar en las campañas antisemitas de los nazis, e incluso mantuvo cierta protección hacia las comunidades judías.
En resumen, la relación entre Alemania y Japón durante la Segunda Guerra Mundial fue compleja y basada en intereses estratégicos más que en afinidades culturales; ambos países buscaban expandir su influencia y combater a sus enemigos comunes, aunque sus alianzas no siempre se tradujeron en una cooperación efectiva en términos militares o económicos.